Un día, Dulcinea arrancó el cable del teléfono.
Las persianas, bajadas.
Las ventanas, cerradas.
Después, tapó el espejo de la entrada.
La luz entraba, pero no el ruido.
Creyó que afuera sólo era ruido.
El televisor dejó de desinformar.
Y quien sabe, si también informar.
Olvidó salir a la calle.
Olvidó leer el periódico a la hora del café.
Creyó que las palabras dolían.
Creyó que la vida cortaba.
Y pensó que era mejor esconder los cuchillos.
Arrastraba los pies por el pasillo,
intentando olvidar.
Evitando recordar, qué había tras la puerta.
Subió al primer piso, y sin mirar abajo antes,
el ordenador se precipitó,
desparramando algunas verdades.
Creyó que la realidad era la peor enfermedad.
Creyó que caer era peor que vivir dormido.
Y un día, arrancó, el calendario.
Pegó fotos de infancia por toda la pared.
Y Dulcinea, esperó.
Y esperó.
Y esperó.
Y esperó.
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