Que me marean los telediarios.
Me acuchillan las derrotas asumidas
que te hacen más pequeño.
Siento el agua caer, como una tregua.
Cierro los ojos y siento.
Como una disculpa.
Cierro los ojos y siento.
La música araña mi piel,
como lo que se pierde.
Pupilas con acordes que besan sin labios.
Caricias sin manos
que arrasan la
cosecha.
Respiración y latidos. Tanto silencio.
Me agota la soledad de los que luchan
en medio de la tormenta.
En el desierto.
Como un tifón, su eco me arrastra, río abajo,
por calles llenas de nada,
excepto renuncia y mirada al suelo.
Cierro los ojos entre la intensidad del
aguacero.
Mece mi pelo con su altura.
Sentir.
Que estoy aquí.
Que no estoy aquí.
Seguir tirando de la cuerda.
Y no querer seguir repitiendo mentiras.
Y odiar que me sigas los surcos la piel.
Y odiar que me sepas de memoria.
Llovizna sobre mi ropa, desdibujando las letras.
Me cuenta al oído, tarareando,
que todo acabaría si alguna vez empezara.
Lo sé. Confieso. Son sólo juegos. De perdedores.
Siempre queremos seguir perdiendo.
Nunca quisimos más.
Sólo las sobras.
En la mecedora del sol
abriendo esta cortina.
Gotas que abren nuestros labios, insolentes.
Rayos sobre el que arrojar sombras de
incertidumbre.
Esclavos de nuestros miedos.
Asesinos de almohadas.
¿Y quién se atreve a ir contracorriente?
¿Y quién se atrevería a empujar al miedo?
Mejor denunciemos a los que se levantan.
Mejor aplastemos a los que gritan.
Qué fácil es perder lo que ganaron otros.
Escupir en su sangre derramada.
Perder por no intentar ganar.
Perder por no querer dejar de perder.
Puede ser
peor, amenazan
Y les seguimos creyendo.
Señalan la flor
y corremos, desesperados,
en busca del hacha.
Y volvemos, desesperados,
a agachar la cabeza.
Echan la llave.
Cadenas que nos ponemos solos.
Por seguir mirando,
tras el cristal,
la lucha de los que no se resignan
a morir antes de vivir.
De los que saben que aún estás ahí.
Aunque cansado y perdido,
aún sigues ahí.
**foto:
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