Probé mil formas de esquivar las balas.
Costillas rotas bajo el chaleco salvavidas.
Caí de rodillas. Esperé. Cerré los ojos a diario.
Prisionera muda de un disfraz de besos.
Mi cabeza borró la mitad.
La otra mitad aún produce monstruos.
No hubo golpes, ni ojos morados.
Solo locura y miedo a las palabras.
Aprendí que todo es nada.
Que el amor rehén pasa factura.
Fui marioneta de otoño. Nieve en agosto.
Aprendí que hay quien ahoga para poder respirar.
Fui copa rota de rascacielos. Y esperé.
No lo decidí yo, eso está claro. Excepto el final.
Años enteros. Años enteros borrados. Y esperé.
Hasta que resucité de entre los muertos.