El árbol y el sol juegan
a hacer dibujos sobre mis palabras.
Y yo escribo y escribo y busco.
Deletreo y recuerdo y escribo.
Busco más palabras.
Me asaltan dibujos y destellos sobre la mesa.
Escribo y desmadejo y busco.
Escribo colores. Coso los rotos.
Encuentro el verano en los inviernos.
Casi siempre desenvuelvo
primaveras y copos de nieve
cargados de intenciones.
Me río, te escribo, te canto.
Me río. De mis palabras.
De la payasa que sale en tu presencia.
Con tus manos me tejes una mantita.
Rescatas la risa que le han robado al mundo.
Escribo palabras y escribo tu nombre.
Mido la habitación y cambio las cosas de sitio
hasta que se desorientan los pollitos.
Busco tus palabras y tus besos.
Vuelvo a ponerlo todo en su sitio
y entonces encuentro la pieza que le falta al puzle.
Viajo, observo, añado azúcar al café.
O una infusión asquerosa.
No me pides que desenmarañe
mis frasecitas crípticas.
No importa, yo tampoco me entiendo a veces.
Ahí sigo con la infusión.
Busco ríos y mares
entre palabras y versos blancos.
Te canto. Resucitas a la niña que fui.
Dibujas los mapas, dibujas las líneas de mis ojos
y en los tuyos encuentro las letras que busco.
Otros, oscurecen y gritan. Otros, golpe en la mesa,
spot de ciudadanos en esta sobremesa.
Nosotros esperamos. Andamos.
Nosotros escribimos, cantamos. Lloramos.
Creemos en ti. En tus pasos.
En ti. En tus versos. En nosotros.
Creemos en ti. En que nada acaba hoy.
Nosotros abrimos puertas, subimos cuestas.
Desfallecemos y nos rendimos, a veces.
Mañana seguiremos abriendo puertas.
Escucharemos tu voz y tu sonrisa.
Agua y comida para el camino.
Los demás, derrota, todo es inevitable.
Nosotros, unos niños que ven el mar por primera vez.